lunes, 30 de noviembre de 2009

VIAJE AL ESTRECHO DE ÖRESUND 2 (¡Me cago en la Sirenita de Copenhague!)


Aquí está, como prometí, la segunda parte de nuestro viaje al extremo sur de Suecia. Después de pasar la noche derrapando en una discoteca de Malmö (mal aprovechando uno de los pocos sitios de Suecia que cierra los locales nocturnos más tarde de las dos de la mañana) y de dormir cinco horas escasas, mis secuaces y yo nos encaminamos a la estación de tren para coger un ídem que nos llevara a nuestro siguiente destino: Copenhague, capital de Dinamarca.

Como ya expliqué en la anterior entrada, desde el año 2000 es posible llegar hasta Suecia desde Dinamarca (y por tanto desde la Europa continental) cruzando el enorme Puente de Öresund, que comunica ambos países. Esta mole de metal, construida por cierto en gran parte a partir de material procedente de Cádiz, es una obra de ingeniería de mil pares de cojones que sustenta una autopista bien ancha y un tramo de vías férreas bastante respetable. Desde la puesta en funcionamiento de este pequeñín, ya no es necesario usar un caro e incómodo transbordador marítimo para llegar a Escandinavia.

Inciso mitológico: cuenta la leyenda que la diosa Gefión (que por cierto tiene una estatua junto a la Sirenita de Copenhague) partió en dos la tierra entre la isla danesa de Selania (donde está Copenhague, vamos) y la zona sueca de Escania. Para ello, se ve que la buena mujer convirtió a sus propios hijos en bueyes para abrir el surco de marras. Lo cual me lleva a pensar: hay que joderse con los humanos y su manía de cargarse sistemáticamente toda la obra de los dioses, leñe. La pobre Gefión abre una zanja que te cagas usando a sus propios hijos de mulas y nosotros construimos un puente; Dios dice que la mujer ha de parir con dolor y nosotros inventamos la epidural…



Dios también dijo que el hombre habría de ganarse el sustento con el sudor de su frente, y… y bueno, uh… Vamos a dejarlo, anda.


UNA NOTA ANTES DE EMPEZAR EL RELATO

Me gustaría aclarar algo antes de comenzar a contaros mis peripecias por Copenhague. Todo el mundo conoce la estatua de La Sirenita, ¿verdad? Icono de la ciudad, visita obligada. Bien. Pues no la he visto. Ni nos acercamos a ella. ¿Por qué? Pues porque la puta estatua está en la otra punta de la ciudad. El señor Carlsberg de Cervezas Carlsberg (no todo el mundo sabe que fue él el que donó la estatua a Copenhague) parece que disfrutó situando la mierda de sirenita lo más lejos posible de la estación de trenes. Y bueno, cansados como estábamos y lloviendo lo que llovía, pues no apeteció nada patearse todo el camino hasta donde está la figurita.

Y ya está. Esa es toda la historia. Dicho esto, sólo he de precisar, como apunte final, que ME MEO EN LA PUTA CARA DE LA SIRENITA. Hale.



Es una pena, porque mi plan consistía en, cuando llegásemos al lugar donde está la estatua de las narices, ponerme a cantar la canción esa del cangrejo Sebastián de “Bahoelmaaahhr” y grabarlo en vídeo. Si es que las mejores pelis de Disney eran las que tenían doblaje sudaca: “¡alguien tiene que atal-le a esa niña lah aletah al pissoooh!”


EL CORAZÓN DE COPENHAGUE





Como sólo estuvimos un día en Copenhague, no puedo hacer más que tratar de describir mis primeras impresiones acerca de la ciudad y el ambiente que en ella se respira.

Al igual que Malmö, así como que muchas ciudades escandinavas, Copenhague destaca por su moderno cosmopolitismo y su ambiente de ciudad avanzada y dinámica; lo cual no entra nunca en conflicto con su perfectamente conservado patrimonio histórico. Obviamente, el hecho de ser una capital de país hace que en Copenhague todo sea más grande e importante que en Malmö; eso es lo primero que siente uno al poner un pie en la descomunal plaza mayor. En este lugar, las estatuas y edificios de hace varios siglos, incluyendo la del fundador de la ciudad, el obispo Absalón, se codean con los luminosos carteles publicitarios y marcas registradas que adornan los edificios circundantes.






Esto es la plaza mayor, de día y de noche. Es mucho, mucho más grande de lo que parece aquí. Atentos al edificio repleto de marcas comerciales y adornado por un termómetro gigante.


El corazón de la ciudad está compuesto por cinco calles peatonales denominadas Stroget, así como por los paseos que las rodean. Esta zona, muy agradable y fácil de recorrer a pie, está plagada de tiendas de diseño, moda y souvenirs, restaurantes de todo tipo y gran variedad de establecimientos interesantes; todo ello aderezado con varios monumentos históricos, plazas y museos aquí y allá.





Todo este ambiente, animado incluso en un domingo lluvioso como el que nos tocó a nosotros, convierte a Copenhague en una ciudad muy divertida, con un gran repertorio de cosas que hacer si uno está aburrido. Al igual que pasaba con Malmö, creo que esta es una ciudad ideal para pasar una buena temporada, curioseando entre toda la oferta de ocio disponible. Eso sí, es cara, aunque no mucho más que Madrid.



Aquí, el edificio de Bolsa más antiguo del mundo. Fijaos en el capitel central, hecho a partir de cuatro dragones de metal que enroscan sus colas. No podíais hacerlo fácil, no; tenían que ser dragones.


Más allá de las Stroget encontramos el Nyhavn o Puerto Nuevo, un canal artificial de hace 300 años que se introduce en la ciudad desde el mar. Hasta hace treinta años o así era un puesto de contratación de marineros, pero hoy es un colorido paseo rebosante de restaurantes, puestos de venta, casas pintorescas y barcos antiguos.





Era impresionante la cantidad de gente que había paseando por allí a pesar de la lluvia y el frío. Se respira un ambiente dieciochesco muy majo. Una de las zonas más destacables de la ciudad, sobre todo si tienes pasta en vez de ser un pobretón como yo.



Aquí fue donde vivió Hans Christian Andersen, escritor de La Sirenita, El Soldadito de Plomo y muchos cuentos más. Por si no lo sabíais, hijnorantes.


CHRISTIANSHAVN; CHRISTIANIA, EL PAÍS DE OCHOCIENTAS PERSONAS

Cruzando un puente hacia el este se pasa al barrio de Christianshavn, antiguo barrio obrero y artesano y baluarte frente ataques desde el mar (no impidió que el almirante Nelson follara brutalmente el culo de la ciudad durante las guerras napoleónicas). Actualmente es un simple barrio residencial, con ambiente tranquilo y muy definitorio de la Copenhague más “normal”.



Esta es la Vor Freslers Kirke, o Iglesia del Salvador. Esa escalera de caracol puesta por fuera tiene historia; por lo visto, cuando el arquitecto que la construía llegó arriba, miró hacia abajo y se dio cuenta de que la había cagado, se lanzó al vacío. Eso le llega a pasar a Calatrava y seguro que se querella contra el ayuntamiento de Copenhague. Por lo menos.


Christianshavn esconde una de las zonas más interesantes en las que he estado jamás, y que poca gente conoce: el barrio-comuna independiente de Christiania. Resulta muy difícil de creer que algo como esto exista de verdad si no lo ves con tus propios ojos, y por la misma razón resulta muy difícil explicar detalladamente qué coño es Christiania; y es totalmente imposible describir la sensación que te embarga al pasear por sus calles si no has estado allí.

Christiania es, abreviando mucho, una comuna anarquista-hippy-comunista-vaya usted a saber qué más formada por unas ochocientas personas que no se sienten ni daneses ni europeos. Se sustenta en una serie de leyes pactadas por la comunidad, que incluyen normas tan absurdas como la prohibición de exhibir insignias de motero o de llevar chaleco antibalas. Cada edificio es una mezcla de ruina, decorado de película de Kubrick y obra de arte moderno, todos ellos cubiertos de grafittis (algunos realmente acojonantes) y rodeados de decoración totalmente random; hay pagodas chinas al lado de tótems maoríes coronados por la bandera del Tíbet, todo ello aderezado por varios bancos multicolores, pósteres reivindicativos y anuncios de conciertos underground. También hay puestos callejeros que venden piedras de hachís del tamaño de mi puño. Uno de los bares a los que entramos se enorgullecía de ser “el bar más seguro del mundo”. La razón: el establecimiento había pasado más de seis mil registros policiales desde el año 2004. Hablamos de casi tres registros al día.




Esta es la señal de entrada a Christiania. Como veis, en el reverso hay un letrero que pone: “ahora está usted entrando en la Unión Europea”. Cágate lorito.


Insisto, es MUY difícil describir el ambiente de Christiania; hay que verlo. Podría decir que es un perfecto ejemplo de caos organizado, como si alguien hubiera reunido un enorme montón de basura ridícula, la hubiera lanzado por los aires y ésta hubiera caído al suelo disponiéndose del modo más armonioso y bello posible.




Las fotografías no hacen justicia a este sitio, aunque tampoco importa porque otra de las normas de Christiania es que no se puede usar cámara de fotos. Todo el recinto está lleno de enormes carteles y grafittis que avisan de ello. Justo después de sacar la foto de arriba, una mujer montada en un bici-carro me gritó que guardara la cámara. Para los curiosos, esa cosa en la que estoy montado en la imagen inferior es un bici-carro; Copenhague en general y Christiania en particular está lleno de estos armatostes. Por supuesto, algún día tendré uno para mí. Algún día.



La historia de Christiania es tan apasionantemente estúpida y divertida que merece su propia entrada, de próxima aparición. De momento, prosigamos nuestro viaje por Copenhague.


EL TÍVOLI





Para cuando nos quisimos dar cuenta, ya era de noche; en su día ya hablé de lo pronto que se pone el sol en este sitio tan agradablemente helado de cojones, y aunque Öresund esté al sur esta regla no desaparece. Así pues, para cuando hubimos comido algo y descansado un poco, la luz se terminó y nos dejamos media ciudad sin ver (exacto, incluida la motherfuckin’ Sirenita) y dimos media vuelta para encaminarnos a la estación de tren. Pensábamos que la lluvia no nos iba a dejar hacer nada más.

Error.

Junto a la estación central de Copenhague se encuentra una de las principales atracciones de la ciudad: el parque de atracciones del Tívoli. Este sitio lleva abierto desde mediados del siglo XIX y es algo más que un parque de atracciones convencional; dispone de teatro, actores callejeros, restaurantes de lujo, y suele ser lugar de celebración de diversas actividades a lo largo del día, como desfiles y espectáculos pirotécnicos, así como de conciertos de jazz y rock.








Decir que la ambientación del lugar es fabulosa es decir poco; no en vano se paga dinero sólo por entrar a pasear, pues en un recinto relativamente pequeño caben varios castillos de cuento, una pagoda china con barrio oriental circundante, un lago interior y muchas más cosas salidas de un cuento de hadas. Por la noche, que fue cuando nosotros entramos, el sitio es aún mejor; todo se ilumina con millares de luces de colores, y en el lago se llevan a cabo espectáculos de luces láser únicos en Escandinavia (o eso ponía en el cartelito, vamos).



Esta es la estatua de George Carstensen, el arquitecto danés que persuadió al rey Christian VIII de la necesidad de construir un parque de atracciones, argumentando que “cuando la gente está entretenida, se olvida de la política”. Recientes estudios relacionan el árbol familiar de los Carstensen con la familia española de apellidos Rodríguez Zapatero.


En fin, lo gracioso del asunto es que aquella noche tuvimos una suerte del copón. Al entrar, decidimos que un día era un día y que íbamos a gastarnos cuarenta napos por cabeza en unos tickets de entrada que nos permitirían subir a cualquier atracción del parque tantas veces como quisiéramos hasta que nos aburriéramos. Bien, pues la lluvia que tanto nos había molestado todo el día fue la responsable de que el parque estuviera casi vacío; por tanto, aquella noche disfrutamos del sueño de cualquier niño: tener un parque de atracciones para ti solo. Realmente nos sentimos como mocosos de siete años de nuevo.

El Tívoli cuenta con un montón de atracciones, la mayoría convencionales y otras bastante curiosas. Mención especial a una especie del tren de la bruja que va mostrando escenas de los cuentos de Hans Christian Andersen a base de muñecos que se mueven y que, sin pretenderlo, acojonan bastante. Recordaba un huevo a esto.

Entre la montaña rusa que te pone boca abajo, la estampida, las sillitas voladoras y la caída libre, en las cuales por cierto nos subimos varias veces, estuvimos a punto de sacar a pasear el bufé libre que nos metimos entre pecho y espalda para comer aquel día. El colmo fue una atracción en forma de avión que da vueltas a gran altura, y que te pone boca abajo a una velocidad equivalente a 5G (los aviones normales van a 10G).



Representación figurativa.


Tras tres horas de hacer el burro por el Tívoli, decidimos por unanimidad que ya habíamos tenido suficiente de Copenhague y cogimos el tren de vuelta a Malmö. Así terminan nuestros viajes por el sur de Escandinavia: pero no os preocupéis, pues el día 13 de diciembre me voy a Oslo a disfrutar de un concierto de In Flames; tendréis oportunidad de conocer un poco la ciudad desde mi particular punto de vista. Hasta entonces, no cambien de canal.

Hej dä.


[Escuchando: Middle Man, de Jack Johnson]

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