domingo, 24 de enero de 2010

La Guía del Escandimemo UNCUT

¿Quiéres ver cómo el escandimemo atormenta a las viejas suecas? Aquí está el vídeo completo, sin cortes, de la señora del escandirreto del IKEA.

miércoles, 20 de enero de 2010

DANDO VUELTAS POR OSLO (ahora con un 50% más de frío y gilipolleces)


Al fin, con más de un mes de retraso, el Escandimemo ofrece en exclusiva la segunda parte de su primera visita a Noruega.

Recordaréis cómo el mes pasado os contaba mi experiencia metalera en el Oslo Spektrum, asistiendo a un fabuloso concierto de In Flames. Después de aquello, nuestras cervicales estaban tan perjudicadas debido al constante cabeceo que nos fuimos a dormir enseguida.

Nos convenía descansar, puesto que al día siguiente tocaba la visita obligada a la ciudad. Este es el relato de mis peripecias por Oslo, capital de Noruega.


CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS CIUDADES ESCANDINAVAS

A estas alturas ya tengo cierta experiencia en viajar por estas tierras; he podido echar un vistazo a Malmö, Copenhague, Gotemburgo, Estocolmo, Oslo y la propia Karlstad, por supuesto. Debido a ello, creo que ya puedo dar una primera opinión acerca de lo que significa visitar una de estas ciudades. Esto puede resultar de gran ayuda si tú, amigo lector, pretendes dejarte hacer algún día por aquí.

Siempre que voy a una ciudad me alojo en un hostal de estudiantes, la opción más económica. Estos establecimientos ofrecen cama, baño y cocina compartida a precios razonables, además de desayuno opcional. Pertenecen a Hostelling International, una compañía que posee hostales por toda Europa (ya tuve el placer de estar en uno de ellos durante un viaje que hice a Londres hace tiempo); los socios del club pueden optar a descuentos muy jugosos. Ideal para gente que vaya de Interraíl. Más información aquí.



A estos hostales va todo tipo de gente. Algunos dejan recuerdos en forma de mensajitos. Como este.


Si el hostal es bueno o no, es una lotería. En Gotemburgo disfruté de una televisión en el cuarto y de una gran cama, compartiendo la habitación con mis amigos. En Oslo compartimos la habitación con ocho personas, la cocina no estaba nada equipada y el suelo del baño parecía un bebedero de patos. Así es la vida.

Todas las ciudades escandinavas en las que he estado comparten algunos puntos en común. Todas tienen un tráfico más bien moderado, fruto quizá de la baja densidad de oblación y del buen trazado de las calles. Los edificios no se levantan demasiado del suelo, en comparación con Nueva York o la City Londinense. Los paseantes disfrutan siempre de calles peatonales y parques muy bien cuidados y muy limpios. Los edificios de hace un par de siglos conviven con la arquitectura más vanguardista como si nada. Todo está plagado de MacDonald’s, 7Eleven y demás muestras de cultura pop; son ciudades estupendas para ir de compras. Abundan las cafeterías, y no, no hay bares de tapas.



La mitología noruega se centra en los trolls, criaturas mágicas que viven en los bosques y que adornan las tiendas de souvenirs. Como veis, son monstruos contrahechos, feos y deformes que lucen espesas cejas y aterradoras sonrisas esquizoides. No, ese no es. Es el de la izquierda.


Oslo, con su poco más de medio millón de habitantes, es una ciudad tan divertida de ver como las otras. Diría que su (impresionante) puerto la convierte en una ciudad abierta y cosmopolita, pero como todas las ciudades en las que estado tienen también puerto la cosa ya ha perdido su gracia. Los escandinavos no saben vivir sin agua y embarcaderos, parece ser; no es para menos, dado que aquí hay tantos lagos que desde el aire el país parece un queso lleno de agujeros plateados. Esta es también una ciudad famosa por el extenso patrimonio vikingo que conserva; pero como quedaba muy lejos del centro y no teníamos mucho tiempo para ver la ciudad, pues otra vez será.

Tras un opíparo desayuno, nos fuimos a ver Oslo. Y esto es lo que encontramos.



Cuando fuimos a Oslo, daba la casualidad de que hacía cuatro días que Barack Obama había acudido a la ciudad para dar su discursito de agradecimiento por ganar el permio Nobel de la paz. Toda la estación central de Oslo estaba llena de carteles como este, y la imagen del presidente era usada para patrocinar… café. Café con leche, claro, jia, jiaaah…


TURISMO GILIPOLLAS

No se si se debió a los remanentes del conciertazo del día anterior o a que la mermelada del desayuno estaba caducada, pero el caso es que cuando salí del hostal para dar unas cuantas vueltas por Oslo me entraron unas irrefrenables ganas de hacer el subnormal. Estas ganas se transformaron pronto en lo que vais a ver que pasó a continuación.

No teníamos mucho tiempo para ver la ciudad, así que no nos alejamos mucho de la estación. Afortunadamente, Oslo no es Copenhague, y casi todas las cosas importantes que ver están a tiro de piedra.



Fiordo de Oslo, incluyendo también el puerto. Se ven barcos más raros que un cura punkarra.


La primera parada fue el castillo de Oslo, el Akersus Slott og Festning. Situado encima de una colina lindante con el puerto, ofrece unas vistas de la hostia. La parte más antigua data de 1300; se dice que una de sus celdas es “a prueba de fugas” debido a la necesidad de mantener quietecito al mejor ladrón de su tiempo, Ole Pedersen Hoyland. También se dice que Hoyland logró fugarse de dicha celda y atracar el banco de Noruega antes de que le volvieran a trincar y se suicidara digo yo que por aburrimiento.



Fue también en el Akersus donde se ejecutó a muchos miembros de la resistencia anti-nazi noruega durante la Segunda Guerra Mundial. Sus nombres pueden verse en esta placa. Algunos recibieron matarile el día de mi cumpleaños. Yuyu.


El caso es que, una vez arriba y tras hacer las fotos de rigor a las bonitas vistas, el instinto idiota apremió. Las primeras víctimas fueron los cañones, claro.



El turista, ¿es siempre idiota?


Después, empezamos a jugar a un juego divertido de cojones; perseguir al guardia real del castillo, un muchacho estirado e imberbe que se paseaba como un pavo real por todo el recinto esgrimiendo un cacho rifle de asalto más grande aún que su ridículo sombrero.





El caso es que el muy cabrón debía estar acostumbrado a que le tomaran por el pito del sereno, así que enseguida se metió por zona vedada a los visitantes. Pero nosotros, que somos gente terca, le esperamos. Cuando volvió, nos hizo un gesto que no me apetece describir pero que nos hizo recordar de repente que estábamos vacilándole a un tipo armado con un arma semiautomática; y salimos por patas del castillo de Oslo.



Las murallas del Akersus no tienen barandillas, y el hielo resbaloso de invierno hacía pero que muy fácil abrirse la cabeza contra las piedras cinco metros más abajo si no andabas con cuidado. Así se encarga de recordárnoslo esta señal.


Visto ya el castillo y el puerto, toca irse para el Palacio Real; para ello nos encaminamos por la avenida principal de la ciudad, Karl Johans Gate. Una pedazo de calle adornada por estatuas, jardines y hoteles de lujo en la cual podemos ver el Parlamento Noruego y la Universidad en la cual se recibieron los Premios Nobel en no sé qué año.



Parlamento de Noruega. ¿Por qué todos los parlamentos de mundo tienen un león a la puerta? Al que sepa responderme a esta pregunta le regalo un caramelito.


En el centro de la parte más ancha de la calle encontramos una pista de patinaje al aire libre, en la cual gran cantidad de mocosos embutidos en anoraks daban con sus morros en el suelo bajo la mirada indiferente de una estatua de ciervo. Más adelante, frente al Teatro Real, más niños jugaban en un enorme montón de nieve. Aquí es donde hace acto de presencia otra de las muchas gilipolleces del día:





Y luego, otra, esta vez frentel Parlamento:





Con la espalda hecha cisco y el sentido del ridículo en un contenedor de basura, puse rumbo al final de la calle, donde varias estatuas y jardines custodiaban el Palacio Real de Noruega. Ved aquí varias instantáneas. Había guardia real, pero ya habíamos aprendido la lección. Más o menos.



Abajo, Estatua de Abel (el que murió a golpes de quijada de burro en un best-seller que no me acabé de leer). Parece que esté cagando dos hombres voladores. Arriba, estatua del rey Karl Johan, que da nombre a la calle principal. No parece muy impresionante con esa gaviota en la cabeza.



A estas alturas, El Frío había convertido nuestras pelotas en canicas, de modo que decidimos que ya habíamos tenido bastante de Oslo y volvimos a la estación con el pecho aún dolorido por el concierto del día anterior (creo necesario recordar que estábamos siendo aplastados contra una barrera de metal, literal y figuradamente). Por el camino, nos paramos a mirar souvenirs. El que muestro no es de los más raros, pero sí de los más baratos.

Maldita sea esta ciudad donde hasta un Burger King es capaz de sacarte de rico.



Ja, ja, ja, parece un cruce entre Julio Anguita y el vecino como-se-llame de Aquí no hay quien viva…


Ahora escuchando:

lunes, 11 de enero de 2010

DE VUELTA AL FRÍO (primera entrada de la década después de hacer mucho el vago)




Este muñeco de nieve lleva un mes aquí, y seguirá aquí otro mes más. Luego cobrará vida y nos devorará a todos, lentamente. De nada.


Ha pasado mucho tiempo, jóvenes lectores. Esta vez el retraso ha sido de dos semanitas; no voy a poner ninguna excusa, ya que a fin de cuentas las vacaciones están para tocarse las narices. Ahora vuelvo al curro.

He pasado quince días en España, visitando a mi familia, amigos y gato. De mi estancia allí, nada destacable, aparte de la confirmación de que mis compatriotas son, efectivamente, mucho más ruidosos que los escandinavos y de que no hay nada como una ración de rabas con cebolla junto a una buena cañita. He dedicado las navidades básicamente a ponerme como el quico a cordero, cava y turrón. Dado que os interesa más bien poco todo lo que no tenga que ver con Escandinavia, lo vamos a dejar ahí.

Lo bueno viene cuando toca volver.






Todo el mundo sabe que en España ha habido una ola de mal tiempo estas navidades (menos en Cantabria, juo, juo, juo), con lluvia y bajas temperaturas. Cuando marché del aeropuerto de Santander, el termómetro marcaba 5 grados; bastante frío para el españolito medio.

Según mi avión estaba descendiendo sobre Estocolmo, el piloto se puso a comentar por radio las condiciones en las que se encontraba la ciudad: temperatura media, -18 grados.







Me cago en las bragas de Chanquete. A ver, en España puede hacer frío. Puede incluso hacer mucho frío, puede que incluso baje de dieciocho bajo cero. Pero sigue siendo incomparable a lo que hay por aquí.

Aquí está lo que yo llamo El Frío.

El Frío es mucho, mucho más que bajas temperaturas. El Frío es un ser pensante con conciencia propia, voluntad, deseos y DNI. Sólo se presenta en Suecia. Y últimamente me sigue constantemente. Cuando abrí la puerta de salida del aeropuerto de Arlanda para coger el autobús, El Frío estaba allí para recibirme; me sacudió dos hostias en cada mejilla, dijo amablemente “bienvenido a Suecia” y me pasó un brazo helado por el hombro para acompañarme al autobús. El Frío es así de campechano: te recibe con un par de tortazos, te sigue muy pegado y luego te despide con una palmada en la espalda que parece prometer que siempre estará allí cuando vuelvas a salir.



Como consecuencia, aquí todo está congelado. Menos las ardillas. Algún día nos matarán a todos, si no lo ha hecho ya el muñeco de nieve de la foto número 1.


En el Campus estamos a -25 grados, y si no te descuidas puedes hundir la pierna hasta la rodilla en la nieve. Todo el país está helado, y los lagos son invisibles bajo la capa de nieve. Nevó hace dos semanas, y no se ha derretido ni un solo copo. Hace más frío fuera que en el congelador. El sol apenas asoma por el horizonte, dejando sombras larguísimas, cielos azul eléctrico, horizontes blancos y prematuros atardeceres en llamas. Sólo aquí se puede escuchar el silencio.





Todo esto es muy bonito. Lo que no fue tan bonito fue el viaje.

Todo el mundo sabe lo puntuales que son estos suecos: los trenes no son una excepción. Esto viene a colación de que, al volver del aeropuerto de Arlanda el autobús tardó tanto en llegar a la estación de trenes (por culpa de la nieve) que perdí el tren por cinco minutos. Mierda, si es que habría que haberme visto corriendo por los mil andenes de la estación, jadeando y recitando de corrido a toda la corte celestial en fila india. Y lo peor de todo es que el segundo tren que tuve que coger sí se retrasó, hora y media para ser exactos (otra vez por culpa de la nieve), y para cuando llegó yo ya había perdido los pocos dedos de los pies que me quedaban.

Lo que más me jode es que, si hubiera pagado tres pavos más para coger el tren directo desde el aeropuerto, hubiera llegado seguro.

Después de semejante viaje de mierda, el autobús me dejó finalmente delante de mi casa en el Campus Futurum. Mientras El Frío me acompañaba hacia la puerta, y al tiempo que esquivaba los enormes montones de nieve con las gafas empañadas, miré la luna de Karlstad, por alguna razón bastante más grande que la de España.

Y pensé: oh mierda. Estoy en casa.

Feliz año nuevo a todos.




Ahora escuchando:
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