lunes, 30 de noviembre de 2009

VIAJE AL ESTRECHO DE ÖRESUND 2 (¡Me cago en la Sirenita de Copenhague!)


Aquí está, como prometí, la segunda parte de nuestro viaje al extremo sur de Suecia. Después de pasar la noche derrapando en una discoteca de Malmö (mal aprovechando uno de los pocos sitios de Suecia que cierra los locales nocturnos más tarde de las dos de la mañana) y de dormir cinco horas escasas, mis secuaces y yo nos encaminamos a la estación de tren para coger un ídem que nos llevara a nuestro siguiente destino: Copenhague, capital de Dinamarca.

Como ya expliqué en la anterior entrada, desde el año 2000 es posible llegar hasta Suecia desde Dinamarca (y por tanto desde la Europa continental) cruzando el enorme Puente de Öresund, que comunica ambos países. Esta mole de metal, construida por cierto en gran parte a partir de material procedente de Cádiz, es una obra de ingeniería de mil pares de cojones que sustenta una autopista bien ancha y un tramo de vías férreas bastante respetable. Desde la puesta en funcionamiento de este pequeñín, ya no es necesario usar un caro e incómodo transbordador marítimo para llegar a Escandinavia.

Inciso mitológico: cuenta la leyenda que la diosa Gefión (que por cierto tiene una estatua junto a la Sirenita de Copenhague) partió en dos la tierra entre la isla danesa de Selania (donde está Copenhague, vamos) y la zona sueca de Escania. Para ello, se ve que la buena mujer convirtió a sus propios hijos en bueyes para abrir el surco de marras. Lo cual me lleva a pensar: hay que joderse con los humanos y su manía de cargarse sistemáticamente toda la obra de los dioses, leñe. La pobre Gefión abre una zanja que te cagas usando a sus propios hijos de mulas y nosotros construimos un puente; Dios dice que la mujer ha de parir con dolor y nosotros inventamos la epidural…



Dios también dijo que el hombre habría de ganarse el sustento con el sudor de su frente, y… y bueno, uh… Vamos a dejarlo, anda.


UNA NOTA ANTES DE EMPEZAR EL RELATO

Me gustaría aclarar algo antes de comenzar a contaros mis peripecias por Copenhague. Todo el mundo conoce la estatua de La Sirenita, ¿verdad? Icono de la ciudad, visita obligada. Bien. Pues no la he visto. Ni nos acercamos a ella. ¿Por qué? Pues porque la puta estatua está en la otra punta de la ciudad. El señor Carlsberg de Cervezas Carlsberg (no todo el mundo sabe que fue él el que donó la estatua a Copenhague) parece que disfrutó situando la mierda de sirenita lo más lejos posible de la estación de trenes. Y bueno, cansados como estábamos y lloviendo lo que llovía, pues no apeteció nada patearse todo el camino hasta donde está la figurita.

Y ya está. Esa es toda la historia. Dicho esto, sólo he de precisar, como apunte final, que ME MEO EN LA PUTA CARA DE LA SIRENITA. Hale.



Es una pena, porque mi plan consistía en, cuando llegásemos al lugar donde está la estatua de las narices, ponerme a cantar la canción esa del cangrejo Sebastián de “Bahoelmaaahhr” y grabarlo en vídeo. Si es que las mejores pelis de Disney eran las que tenían doblaje sudaca: “¡alguien tiene que atal-le a esa niña lah aletah al pissoooh!”


EL CORAZÓN DE COPENHAGUE





Como sólo estuvimos un día en Copenhague, no puedo hacer más que tratar de describir mis primeras impresiones acerca de la ciudad y el ambiente que en ella se respira.

Al igual que Malmö, así como que muchas ciudades escandinavas, Copenhague destaca por su moderno cosmopolitismo y su ambiente de ciudad avanzada y dinámica; lo cual no entra nunca en conflicto con su perfectamente conservado patrimonio histórico. Obviamente, el hecho de ser una capital de país hace que en Copenhague todo sea más grande e importante que en Malmö; eso es lo primero que siente uno al poner un pie en la descomunal plaza mayor. En este lugar, las estatuas y edificios de hace varios siglos, incluyendo la del fundador de la ciudad, el obispo Absalón, se codean con los luminosos carteles publicitarios y marcas registradas que adornan los edificios circundantes.






Esto es la plaza mayor, de día y de noche. Es mucho, mucho más grande de lo que parece aquí. Atentos al edificio repleto de marcas comerciales y adornado por un termómetro gigante.


El corazón de la ciudad está compuesto por cinco calles peatonales denominadas Stroget, así como por los paseos que las rodean. Esta zona, muy agradable y fácil de recorrer a pie, está plagada de tiendas de diseño, moda y souvenirs, restaurantes de todo tipo y gran variedad de establecimientos interesantes; todo ello aderezado con varios monumentos históricos, plazas y museos aquí y allá.





Todo este ambiente, animado incluso en un domingo lluvioso como el que nos tocó a nosotros, convierte a Copenhague en una ciudad muy divertida, con un gran repertorio de cosas que hacer si uno está aburrido. Al igual que pasaba con Malmö, creo que esta es una ciudad ideal para pasar una buena temporada, curioseando entre toda la oferta de ocio disponible. Eso sí, es cara, aunque no mucho más que Madrid.



Aquí, el edificio de Bolsa más antiguo del mundo. Fijaos en el capitel central, hecho a partir de cuatro dragones de metal que enroscan sus colas. No podíais hacerlo fácil, no; tenían que ser dragones.


Más allá de las Stroget encontramos el Nyhavn o Puerto Nuevo, un canal artificial de hace 300 años que se introduce en la ciudad desde el mar. Hasta hace treinta años o así era un puesto de contratación de marineros, pero hoy es un colorido paseo rebosante de restaurantes, puestos de venta, casas pintorescas y barcos antiguos.





Era impresionante la cantidad de gente que había paseando por allí a pesar de la lluvia y el frío. Se respira un ambiente dieciochesco muy majo. Una de las zonas más destacables de la ciudad, sobre todo si tienes pasta en vez de ser un pobretón como yo.



Aquí fue donde vivió Hans Christian Andersen, escritor de La Sirenita, El Soldadito de Plomo y muchos cuentos más. Por si no lo sabíais, hijnorantes.


CHRISTIANSHAVN; CHRISTIANIA, EL PAÍS DE OCHOCIENTAS PERSONAS

Cruzando un puente hacia el este se pasa al barrio de Christianshavn, antiguo barrio obrero y artesano y baluarte frente ataques desde el mar (no impidió que el almirante Nelson follara brutalmente el culo de la ciudad durante las guerras napoleónicas). Actualmente es un simple barrio residencial, con ambiente tranquilo y muy definitorio de la Copenhague más “normal”.



Esta es la Vor Freslers Kirke, o Iglesia del Salvador. Esa escalera de caracol puesta por fuera tiene historia; por lo visto, cuando el arquitecto que la construía llegó arriba, miró hacia abajo y se dio cuenta de que la había cagado, se lanzó al vacío. Eso le llega a pasar a Calatrava y seguro que se querella contra el ayuntamiento de Copenhague. Por lo menos.


Christianshavn esconde una de las zonas más interesantes en las que he estado jamás, y que poca gente conoce: el barrio-comuna independiente de Christiania. Resulta muy difícil de creer que algo como esto exista de verdad si no lo ves con tus propios ojos, y por la misma razón resulta muy difícil explicar detalladamente qué coño es Christiania; y es totalmente imposible describir la sensación que te embarga al pasear por sus calles si no has estado allí.

Christiania es, abreviando mucho, una comuna anarquista-hippy-comunista-vaya usted a saber qué más formada por unas ochocientas personas que no se sienten ni daneses ni europeos. Se sustenta en una serie de leyes pactadas por la comunidad, que incluyen normas tan absurdas como la prohibición de exhibir insignias de motero o de llevar chaleco antibalas. Cada edificio es una mezcla de ruina, decorado de película de Kubrick y obra de arte moderno, todos ellos cubiertos de grafittis (algunos realmente acojonantes) y rodeados de decoración totalmente random; hay pagodas chinas al lado de tótems maoríes coronados por la bandera del Tíbet, todo ello aderezado por varios bancos multicolores, pósteres reivindicativos y anuncios de conciertos underground. También hay puestos callejeros que venden piedras de hachís del tamaño de mi puño. Uno de los bares a los que entramos se enorgullecía de ser “el bar más seguro del mundo”. La razón: el establecimiento había pasado más de seis mil registros policiales desde el año 2004. Hablamos de casi tres registros al día.




Esta es la señal de entrada a Christiania. Como veis, en el reverso hay un letrero que pone: “ahora está usted entrando en la Unión Europea”. Cágate lorito.


Insisto, es MUY difícil describir el ambiente de Christiania; hay que verlo. Podría decir que es un perfecto ejemplo de caos organizado, como si alguien hubiera reunido un enorme montón de basura ridícula, la hubiera lanzado por los aires y ésta hubiera caído al suelo disponiéndose del modo más armonioso y bello posible.




Las fotografías no hacen justicia a este sitio, aunque tampoco importa porque otra de las normas de Christiania es que no se puede usar cámara de fotos. Todo el recinto está lleno de enormes carteles y grafittis que avisan de ello. Justo después de sacar la foto de arriba, una mujer montada en un bici-carro me gritó que guardara la cámara. Para los curiosos, esa cosa en la que estoy montado en la imagen inferior es un bici-carro; Copenhague en general y Christiania en particular está lleno de estos armatostes. Por supuesto, algún día tendré uno para mí. Algún día.



La historia de Christiania es tan apasionantemente estúpida y divertida que merece su propia entrada, de próxima aparición. De momento, prosigamos nuestro viaje por Copenhague.


EL TÍVOLI





Para cuando nos quisimos dar cuenta, ya era de noche; en su día ya hablé de lo pronto que se pone el sol en este sitio tan agradablemente helado de cojones, y aunque Öresund esté al sur esta regla no desaparece. Así pues, para cuando hubimos comido algo y descansado un poco, la luz se terminó y nos dejamos media ciudad sin ver (exacto, incluida la motherfuckin’ Sirenita) y dimos media vuelta para encaminarnos a la estación de tren. Pensábamos que la lluvia no nos iba a dejar hacer nada más.

Error.

Junto a la estación central de Copenhague se encuentra una de las principales atracciones de la ciudad: el parque de atracciones del Tívoli. Este sitio lleva abierto desde mediados del siglo XIX y es algo más que un parque de atracciones convencional; dispone de teatro, actores callejeros, restaurantes de lujo, y suele ser lugar de celebración de diversas actividades a lo largo del día, como desfiles y espectáculos pirotécnicos, así como de conciertos de jazz y rock.








Decir que la ambientación del lugar es fabulosa es decir poco; no en vano se paga dinero sólo por entrar a pasear, pues en un recinto relativamente pequeño caben varios castillos de cuento, una pagoda china con barrio oriental circundante, un lago interior y muchas más cosas salidas de un cuento de hadas. Por la noche, que fue cuando nosotros entramos, el sitio es aún mejor; todo se ilumina con millares de luces de colores, y en el lago se llevan a cabo espectáculos de luces láser únicos en Escandinavia (o eso ponía en el cartelito, vamos).



Esta es la estatua de George Carstensen, el arquitecto danés que persuadió al rey Christian VIII de la necesidad de construir un parque de atracciones, argumentando que “cuando la gente está entretenida, se olvida de la política”. Recientes estudios relacionan el árbol familiar de los Carstensen con la familia española de apellidos Rodríguez Zapatero.


En fin, lo gracioso del asunto es que aquella noche tuvimos una suerte del copón. Al entrar, decidimos que un día era un día y que íbamos a gastarnos cuarenta napos por cabeza en unos tickets de entrada que nos permitirían subir a cualquier atracción del parque tantas veces como quisiéramos hasta que nos aburriéramos. Bien, pues la lluvia que tanto nos había molestado todo el día fue la responsable de que el parque estuviera casi vacío; por tanto, aquella noche disfrutamos del sueño de cualquier niño: tener un parque de atracciones para ti solo. Realmente nos sentimos como mocosos de siete años de nuevo.

El Tívoli cuenta con un montón de atracciones, la mayoría convencionales y otras bastante curiosas. Mención especial a una especie del tren de la bruja que va mostrando escenas de los cuentos de Hans Christian Andersen a base de muñecos que se mueven y que, sin pretenderlo, acojonan bastante. Recordaba un huevo a esto.

Entre la montaña rusa que te pone boca abajo, la estampida, las sillitas voladoras y la caída libre, en las cuales por cierto nos subimos varias veces, estuvimos a punto de sacar a pasear el bufé libre que nos metimos entre pecho y espalda para comer aquel día. El colmo fue una atracción en forma de avión que da vueltas a gran altura, y que te pone boca abajo a una velocidad equivalente a 5G (los aviones normales van a 10G).



Representación figurativa.


Tras tres horas de hacer el burro por el Tívoli, decidimos por unanimidad que ya habíamos tenido suficiente de Copenhague y cogimos el tren de vuelta a Malmö. Así terminan nuestros viajes por el sur de Escandinavia: pero no os preocupéis, pues el día 13 de diciembre me voy a Oslo a disfrutar de un concierto de In Flames; tendréis oportunidad de conocer un poco la ciudad desde mi particular punto de vista. Hasta entonces, no cambien de canal.

Hej dä.


[Escuchando: Middle Man, de Jack Johnson]

miércoles, 25 de noviembre de 2009

VIAJE AL ESTRECHO DE ÖRESUND (Malmö, o cómo mezclar lo clásico con lo moderno y no parecer un idiota)


Esto se va pareciendo más a una guía de viajes, amigos. Apenas recuperado del agotador crucero a Tallín que ya relaté en la última entrada, El Escandimemo se dispone a contar sus peripecias por el sur de Escandinavia. Que conste que esto no lo hago para mi propio beneficio, sino que me estoy sacrificando para que podáis disfrutar de estas tierras sin moveros de casa. En Aupa Mutila somos así de enrollados. Podéis pagar por transferencia bancaria, no os preocupéis.

El fin de semana pasado yo y unos cuantos secuaces hicimos las maletas de nuevo para embarcarnos en otro viaje memorable. Esta vez toca irnos al sur; concretamente, a la zona del estrecho de Öresund, brazo de mar que separa los países de Suecia y Dinamarca. Las experiencias que vivimos en esos tres días fueron tan intensas y variadas que se recogen en dos entradas diferenciadas. Empezamos por la ciudad costera de Malmö.



Para vuestra información, Malmö es la ciudad natal de Zlatan Ibrahimovic. Ya os empieza a sonar, ¿eh, cabroncetes? Vamos allá.


DATOS QUE A LO MEJOR OS IMPORTAN Y A LO MEJOR NO.

Con 250.000 habitantes, Malmö es la tercera ciudad más grande de Suecia, sólo superada por Estocolmo y Gotemburgo. La mayoría de la gente suele desdeñar esta ciudad a favor de destinos más atrayentes dentro del país; mal hecho, porque Malmö es un magnífico ejemplo de lo que representa la Suecia actual. Un ejemplo de un contraste bello y equilibrado entre lo antiguo y lo moderno.





Malmö es una ciudad popular entre los suecos como lugar de veraneo, puesto que su playa es uno de los pocos lugares cálidos en los que darse un chapuzón en este país tan jodidamente helado. Es también un puerto comercial importante desde hace muchos años, y debido a esta conexión marítima con el exterior la ciudad recibe muchos visitantes de fuera (o sea, está llena de pulgosos turistas. Nosotros incluidos).



Una noria justo delante del ayuntamiento. Si eso no es escandicool, que baje Tutatis y lo vea.


Malmö es también importante por ser la primera ciudad “ecológica” de Suecia. Parece una cursilada pero es oficial: desde 2006 es la primera Fairtrade City (comercio justo) del país, lo cual representa un reconocimiento a su labor en lo concerniente a la ayuda al desarrollo de los países más pobres. Los barrios de los muelles occidentales funcionan en gran parte con energías renovables y los autobuses urbanos se mueven mediante gas natural. La costumbre sueca de cuidar el entorno tiene su máxima expresión en la ciudad de Malmö.



En los canales de Malmö, como en la mayoría de ciudades suecas, uno puede bañarse y practicar piragüismo cuando quiera. Si alguien tratara de darse un chapuzón en la ría de Bilbao fijo que saldría con dos cabezas y varias extremidades adicionales.


En la actualidad, Malmö destaca por su fuerte inversión en educación modernizada, y se está convirtiendo cada vez más en una ciudad universitaria. Es también anfitriona de muchos eventos musicales, conciertos y representaciones teatrales; así como de varios eventos deportivos a nivel internacional. No tuve tiempo de apreciar estos aspectos, de modo que no voy a extenderme demasiado.

De hecho, creo que ya me he explayado bastante en lo referente a los datos de la ciudad. Es hora de que os relate mis peripecias.


CAMINATA HACIA EL TURNING TORSO


Antes de hacer nada, nos fuimos a comer a un McDonald’s (yo creo que el Burger King es claramente superior, por supuesto, pero es que esta gente no tiene ni idea de lo que es bueno).



Fijaos qué ordenados son en Suecia, que hasta le ponen nombre a la calle de las hamburguesas.


Al poco de llegar a la ciudad y tras familiarizarnos con la plaza central y los alrededores, mis acompañantes y yo decidimos proseguir la visita encaminándonos a uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad: el Turning Torso (torso giratorio), obra de Santiago Calatrava. Que conste que a mí este tío se me atraviesa bastante; sus edificios son monos, pero con la funcionalidad en el culo. El Calatrava debe tenerle fobia a las fugas de agua o algo. Y bueno, que se lo tiene muy creído, hombre. Ya está, ya lo he dicho.

Resulta que esta retorcida (en más de un sentido) obra arquitectónica se encuentra en el puerto oeste, a más de un kilómetro de la plaza central. Nuestra caminata nos llevó por una zona industrial francamente fea, vamos, como todas las zonas industriales. Eso sí, a medio camino nos encontramos con una muestra de la cultura de la ciudad: un museo gratuito de cosas raras.



Sí, esto es la entrada. El glamour, oh, el glamour.


Por Crom, vaya sitio más absurdo. Por doquier encontrábamos escaleras de cuerda de colorines colgadas del techo, esculturas de madera pintarrajeada, proyectores de películas de serie B en blanco y negro y una especie de caja dentro de la cual había muchas de esas bolitas de colores que rebotan muy alto cuando las tiras al suelo. Sí, de esas que te acababa quitando tu madre porque no dejabas de hacer ruido al botarla incesantemente contra el parqué. Ni que decir tiene que robamos varias.





El milenarim-mo va a llegaaarhh…


Tras perder miserablemente el tiempo en este ridículo museo de la basura, retomamos e camino hacia la torre blanca. Ésta se iba haciendo grande poquito a poco, según avanzábamos. Muy poquito a poco. Vamos, que parecía que nos iban a dar las uvas y aún así no llegábamos al Turning Torso de las narices. A mí me recordaba a un enorme dedo corazón estirado hacia nosotros. Cuando llegamos, miramos arriba hasta que nos dolió el cuello. Concluimos que la torre parece una polla, y puerta. Puto Calatrava.



El turista, ¿es siempre idiota?


Eso sí, llegar hasta el Turning Torso nos permitió acercarnos a uno de los barrios más interresantes de Malmö: el Västra Hamnen, un enclave lleno de arquitectura moderna y edificios futuristas en el que todo funciona gracias a las energías renovables. Esta es la zona en la que los ricachones suecos alquilan pisos de lujo para veranear. Tiene unas vistas portentosas a la costa. Desde aquí pudimos ver, en la lejanía, el famoso Puente de Öresund, que desde 2000 conecta Malmö con Copenhague y gracias al cual se puede llegar a Suecia en coche desde la Europa continental. Al día siguiente lo usaríamos para visitar la capital de Dinamarca.







BARRIOS BUCÓLICOS Y LA TIENDA VINTAGE

Dejando atrás este vistoso barrio, nos dirigimos al centro de nuevo. Por el camino se pasa por el aún en activo mercado tradicional de pescado, en el cual los pescadores venden su mercancía en casetas numeradas pintadas de rojo llamadas Fiskehoddorna (que significa… “casetas de pescado”. Uh).



Como yo era el guía, todos me culparon por el olor a pescado que arrastramos durante el resto del día. Oh, qué ripio más majo me acaba de salir.


Pasando un par de parques, muy monos ellos, llegamos a los barrios antiguos. Como todo en Suecia, se conservan maravillosamente bien. Esta zona de edificios de colorines con tejados bajos marca un contraste muy interesante con respecto al barrio moderno que dejamos atrás. Incluso en invierno, las calles de esta zona tenían un ambiente cojonudo, llenas de gente dispuesta a dejarse su dinero en las tiendas y restaurantes que proliferan por doquier.






Esa es otra cosa: Malmö es una ciudad ideal para aquellos a los que les guste ir de compras. El caso es que tiene tiendas para todo. Las avenidas principales están abarrotadas de tiendas de ropa de diseño, mientras que los barrios más clásicos se caracterizan por sus establecimientos de artesanía, diseño de muebles y variedades. Servidor se topó con una tienda Vintage llena a rebosar de cómics, discos de todos los géneros y demás parafernalia underground. Los que me conozcan comprenderán por qué mojé el bajo de los pantalones en aquel momento. Me llevé a casa un disco con los mejores temas de Motörhead por sólo seis euros de nada.





Es muy difícil describir esta zona de la ciudad con palabras, y las fotografías no hacen justicia al ambiente que se respiraba, un ambiente que te animaba a seguir moviéndote y haciendo cosas. Por la noche, la plaza principal Lilla Torget se anima con un montón de terracitas en la cuales la gente se sienta a tomar una cañita a la luz de los calefactores que suelen ponerse en Suecia para que la gente no pase frío fuera de los bares. No, nosotros nos fuimos a una discoteca a perrear, faltaría más.

En definitiva, Malmö sorprende como una ciudad que resume a la perfección el espíritu escandicool que ando buscando en mis andanzas: una ciudad que combina estupendamente lo viejo y lo nuevo, en la cual debe ser imposible aburrirse vista la enorme variedad de ocio que hay disponible. Un lugar muy apropiado para pasar una temporada de vacaciones.

En la próxima entrega, cruzamos el Puente de Öresund. Nuestro destino: Copenhague.



Antes de partir nos volvimos a meter en un McDonald’s. Yo, convencido de la superioridad moral de Burger King, fui al susodicho más cercano, me agencié una cheeseburger y volví al McDonald’s a comérmela con mis amigos. Y luego dejé el envoltorio allí. Jodeos, malditos corporativistas.


[Escuchando: (We Are) The Road Crew, de Motörhead]

lunes, 16 de noviembre de 2009

CRUCERO A TALLÍN (cómo hacer polvo su cuerpo en dos días)



De nuevo pido perdón a mis lectores por el retraso a la hora de actualizar el blog. Como de costumbre, tengo una buena excusa.

He estado jodido.

Me he pasado la mayor parte de la semana metido en cama, con mareos, sudores fríos y delirios febriles, alimentándome casi en exclusiva de ibuprofenos y mocos amarillos. En sólo dos días he consumido más energía y más neuronas que en las dos décadas que llevo vivo. Ahora, me veo con fuerzas para encender una vela y comenzar a transcribir esta historia de pesadilla.



Entrad, jóvenes incautos, y tratad de que el horror no os vuelva locos antes de que podáis salir corriendo a llamar a vuestra mamá, JUEJUEJUEEHH…


Una vez al año, la compañía de cruceros Tallink ofrece viajes baratos para estudiantes a destinos variados del mar báltico. La semana pasada, yo y otros 1.999 bandarras más nos embarcamos en uno de estos barquitos rumbo a Tallín, capital de Estonia (Eeestonialituanialetonia, vamos. Si eres uno de los que como de costumbre no ha pillado el chiste, pincha aquí. Minuto 6:25). El plan es partir la tarde del domingo, llegar el lunes por la mañana, pasar unas horas allí y volver el martes por la mañana.

Parece poco, pero da para mucho.



He aquí el barco. Una txalupilla de nada, ahí va pues.


Para los menos de cien euros que pagamos, el barco era de superlujo. Varias plantas surtidas de todo tipo de pubs y bares, supermercado con alcohol barato (es que ahora cualquier líquido que baje de treinta euros me parece barato), restaurantes, discotecas y sala de recreativas (¿?).





Sí, todo esto rezuma clase, nos decíamos mientras caminábamos por un interminable pasillo azul hacia nuestro camarote. No podíamos esperar a ver nuestro palacete; visto lo visto, a buen seguro lo que nos estaría esperando sería una suite que te cagas, un dormitorio de maraharajá con harén incluido, una…




… UNA MIEEERDA QUE TE COMAS.



La Virgen, vaya lata de sardinas. Veinte metros cuadrados para cuatro personas; supongo que es la manera que tiene esta gente de llamarnos pobretones por coger el camarote más barato. Acabamos de entrar los cuatro y ya empiezo a marearme debido al olor a hormonas masculinas. Pero bueno, que no se diga. Tampoco vamos a pasar mucho tiempo aquí dentro, jar, jar, jar…

Como buen tragaldabas que soy, agradecí mucho el momento en el que nos metimos en el bufé libre. Dentro, pudimos abandonarnos a un pantagruélico festín de todo. Es decir, todo, todo. Cualquier plato que deseáramos estaba allí; salmón ahumado, carne asada con salsa, marisco rebozado, arroz y pasta, tarta, fruta, helado y fuentes de gominolas se presentaban junto a múltiples copas de vino tinto y blanco que parecían decir bebedme. Todo ello aderezado por el ambiente fiestero que ebullía por doquier. Bravo.



Veo ahora esta foto y no puedo creer que hayamos caído tan bajo. No, no nos bebimos todas, sobraron tres o cuatro.


La ley de Murphy siempre está presente, de modo que al llegar nos encontramos con el bufé totalmente infectado (sí, el término adecuado es “infectado”) por una horda de españoles. El colmo fue cuando me encontré con un tipo de COLINDRES (mi pueblo, 5.000 habitantes y un asno). Eso fue el inicio de una noche muy surrealista.

Puesto que esto es una guía cultural, voy a pasar por alto detalles nimios acerca de la fiesta brutal que tuvo lugar ambas noches del viaje, y de lo poco que dormimos. Si se nota mucho que esto es una excusa barata para evitar admitir que no recuerdo una mierda, recordad: sois caca.

A eso de las diez de la mañana, llegamos a destino. Vamos a visitar Tallín.



A propósito, antes de comenzar el tour me gustaría dedicar unas pocas palabras al BASTARDO HIJOPUTA del capitán, responsable de los continuos mensajes informativos emitidos por todo el barco de buena mañana a razón de uno cada media hora; convirtiendo en tarea imposible el pegar ojo. De parte de todo el pasaje del Victoria I, majo: VESTE A LA MIERDA.


RECORRIDOS POR TALLÍN

Gracias a nuestro estimado capitán, nadie logró conciliar el sueño en las pocas horas disponibles para descansar entre el cierre de las discotecas y el atraque. Por tanto, lo que salió del Victoria I a las diez de la mañana, once según hora de Tallín, fue la prueba viviente de que un cuerpo humano es capaz de cumplir sus funciones vitales y realizar tareas sencillas con el cerebro totalmente apagado.



En caso de Apocalipsis zombi, los tallineses saben muy bien que hay que destruir primero el cerebro. Lo que no sabían es que la masa de zombis que invadió su ciudad aquel día carecía de cerebro, y, por consiguiente, era invencible.


El día en que llegamos el termómetro marcaba cero grados, el viento helado soplaba a fastidiar y la nieve del día anterior aún no se había derretido del todo debido a las nubes grises que ocultaban el sol. En conjunto, el día reflejaba mi estado de ánimo a la perfección; pero el escandimemo los tiene bien puestos y se quedó hasta el final para ofreceros esta entrada.






Tallín ha sido un puerto muy importante desde la Edad Media, época durante la cual la ciudad conoció su máximo apogeo. Por esa razón nos encontramos con un casco histórico tan bien conservado; las murallas medievales son una verdadera maravilla, así como las callejuelas de los gremios y las antiguas torres de defensa. No hay edificios altos en esta zona de la ciudad, que recuerda más a un pueblecito de las montañas que a una capital de país. Es importante notar que el casco histórico de Tallín es Patrimonio de la Humanidad desde 1997 porque así lo dice la UNESCO, qué pasa.





Es importante destacar que este sitio respira mucho rollo ruso. Se puede ver en el estilo de la famosa catedral de Alexander Nefski (abajo, el edificio vistoso con cebollones encima) y en la iglesia central de San Olaf, usada como puesto de vigilancia por la KGB durante la guerra fría. El lugar sería genial para rodar una peli de espías, eso está claro.





Otra cosa que me gustaría puntualizar es la proliferación de edificios feos y carteles de negocio curiosos. Lo de los edificios feos lo reservo para la zona adyacente al puerto. Qué horror.



Con ustedes, el edificio más espantoso del mundo.


Los carteles, en cambio, molan una cabra; tan rebuscados, tan eclécticos, todos de madera o metal. Son justo el tipo de mierda que me distrae durante horas.





JAAJAJA no me digáis que este último no recuerda al “Jabalí Risueño”(pinchad a partir del minuto 6: 30).



La iglesia de San Olaf. Por lo visto pretendieron que fuera la más alta de Europa, y de hecho lo fue durante unos años. Al ver esto no dejo de pensar en lo inútil que es pretender ser el mejor, si siempre va a haber alguien que terminará superándote.




Esta es la torre de cañón más antigua del norte de Europa. La encontramos cerrada, como nos indicó este cartel “arreglado” para turistas.




Otra cosa curiosa de esta ciudad es la proliferación de tranvías. Y fijaos en qué pedazo de antenas llevan los autobuses, también eléctricos.



Esto es el pasaje de Katarina, la mejor muestra de lo encantadoras que pueden ser las calles de esta ciudad (joder, no puedo creer que yo haya redactado un pasaje tan cursi).



En conjunto, uno se encuentra más o menos lo que se espera; una ciudad media, no muy impresionante, con un entorno acogedor pero con algún detalle feo (esos contenedores de basura dentro de la muralla, por favor…). El mayor problema fue que vinimos en invierno, cansados, con nubes, frío y poco tiempo para ver nada; con sol y ganas de pasear esta ciudad debe ser una maravilla. Eso sí, se ve en muy poco tiempo. En conjunto, parece salida de un cuento navideño.

Merece la pena.

Aquella misma tarde volvimos al barco a tratar de dormir algo para prepararnos para la fiesta. Tras una repetición de la noche anterior, atracamos en Estocolmo la mañana del lunes.

Poco después cayó enferma la gran mayoría de los que fueron en ese barco, yo incluido. Según escribo estas líneas, todavía estoy sorbiéndome los mocos. Espero que el esfuerzo se agradezca.

La próxima semana iré a visitar Malmö y Copenhague. Wait for it.

Hasta pronto.



En la estación de trenes de Estocolmo nos topamos con esta revista. Apuesto a que es la razón de que ahora estemos todos muertos de asco.


[Escuchando: Al Otro Lado, de Sonora]
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